Hacía tiempo
que no escribía por aquí… igual ha sido un tiempo involuntario de indecisión,
pero he vuelto.
Y vuelvo
reflexionando sobre cómo un “híper-uso” mediático de ciertas figuras simbólicas
prostituye las causas que homenajean…
Me explico. Esta
Semana Santa, que considero
sin duda como el periodo culmen de la hipocresía social eclesiástica así como
la enésima muestra de la escasa
aconfesionalidad del Estado en el que vivimos, las
banderas de los cuarteles del ejército
han ondeado a media asta por la muerte de Cristo. Lamentable.
La verdad es
que el gesto no tiene explicación alguna, un brindis al sol. Supongo que se
trata de un guiño a no sé quién, que se hinchará de orgullo en su casa ansiando
demostrar que España es una, grande, libre, católica, apostólica y romana.
Personalmente
a mí, me la trae bastante al fresco lo que hagan con las banderas en los
cuarteles del ejército. Ni la bandera ni el ejército merecen mi atención. Pero,
¿y a las familias de los soldados muertos en servicio? ¿Estarán contentos con
que se iguale su acto de homenaje al de una historia tardo-judía de complicada
demostración, de hace 20 siglos? ¿No están los mismos que promulgan este
homenaje y deben velar porque el hecho de que signifique algo, desprestigiando
el homenaje que supone ondear las banderas a media asta?
Es algo
parecido al tema del enaltecimiento del terrorismo… Cuando los familiares de
las víctimas ven llamar terrorismo a
una pelea de bar como la de Alsasua, u oyen a la Audiencia Nacional denominar
enaltecimiento del terrorismo a unos títeres o a unos twits… ¿no pensarán
que sus muertos no han valido de mucho? ¿No pensaran que están banalizando
aquello que se llevó por delante a sus familiares?
Supongo que
esto formará parte del cortoplacismo político, pero roza, toca y casi se
integra en la estulticia.
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