Ya
hay Gobierno, y ya ha pasado una semana desde que la cara B del
bipartidismo se entregó al monopartidismo, dejando el camino despejado a la
derecha para gobernar cómodamente durante la próxima década en España.
Contra pronóstico, y en lugar de
estar recibiendo clases de autocrítica, o alguna explicación
de la Presidenta de Andalucía, colaboradora imprescindible de las élites,
lo que vemos y escuchamos es socialistas heridos, socialistas de piel fina. Pero
increíblemente no son esos los militantes y votantes que se sienten engañados
porque su voto haya valido para una investidura gratis de Rajoy, no, los dolidos
son los cargos del partido y los diputados que apretaron el botón.
Esos diputados se indignaban con las
palabras más que acertadas de Gabriel Rufián, y ponían caras y se consumían
en aspavientos con cada intervención en el Congreso que les reprochaba el mayor
delito que puede cometerse en democracia, no respetar a tus votantes.
Esos votantes depositaron su voto en la urna, con la promesa de que nunca
valdrían para alzar a Rajoy a su segundo mandato. Valió una orden desde el sur
de Despeñaperros, aderezadas por unas cuantas llamadas de las élites, para
humillar a esos votantes, destrozar el partido para décadas, sino darle la
estocada final.
Y siento vergüenza ajena de aquellos que por mantener una poltrona, por
el miedo de quedarse sin salir en la foto, pulsaron el botón de la abstención.
Siento vergüenza ajena de Hernando
y de sus patadas a la videoteca, supongo que salvo por el dinero y el
puesto garantizado, no dormirá muy tranquilo últimamente. Pero paradójicamente son ellos los ofendidos.
Y mientras el PSOE se volatiliza y se
nombra un Gobierno que gira aún más a la derecha, si cabe, gracias a votos
socialistas robados, los medios han conseguido que se hable esta semana de
la casa de un senador de Podemos, y de cómo se deshizo de ella hace 6 años.
Quirúrgicamente urdido y ejecutado.
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