Semana Santa, ese puente corriente (al fin y al cabo sólo son 4 días) en
el que todo más se para en España.
Se para el Congreso al que
hace un par de semanas observábamos sin parar a la espera del nuevo Gobierno
que me atrevo a presumir que se dará en próximas semanas para escarnio del
mundo tertuliano periodístico que lleva apostando por la repetición de
elecciones desde casi el principio, se para la justicia que estos días no saca
nuevos casos de corrupción, hasta la bajada de intensidad se puede ver en los
medios de comunicación que tiran de reportajes precocinados y programación
repetida con descaro…
Prácticamente ahora estamos únicamente esperando a la prensa conservadora,
para ver qué “caso
Titiriteros” se le ocurre inventar al hilo de las procesiones y las
tradiciones de estas fechas en los ayuntamientos sacrílegos que votaron por el
cambio. Eso le dará algo de vidilla al fin de semana y valdrá para afinar las
tertulias del lunes de Pascua.
Pero hay una cosa que no para, estos días. El torrente de refugiados
que llegan a Grecia, a Chipre, a Turquía, huyendo de Siria, Irak,
Afganistán, Caganistán o como queramos llamar a la pobreza, la inseguridad y la
carencia de futuro.
Lo que sí ha parado a este respecto, es la información. Ya se han cansado
de enseñarnos imágenes de esos campos de refugiados inhumanos amparados por la
gran Europa, seguro que todos lo agradecemos, a ver si entre el viaje, las
comidas y los reencuentros, alguien nos va a poner una imagen que pretenda
remover nuestras conciencias. Todo encaja.
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