El día de la
investidura fallida de Pedro Sánchez, que no hace falta ser excesivamente
espabilado para preverla, quiero escribir un poco sobre el TTIP.
Hace un
par de artículos hablaba de las
condiciones que se han ofrecido al Reino Unido para garantizar que el referéndum
de salida de este verano fracase, de cómo los ciudadanos europeos se han
visto excluidos y perjudicados en esas negociaciones y hacía referencia al TTIP
como otro de los engaños masivos que eso que llaman Unión Europea nos tiene
preparados.
El TTIP,
(acrónimo en inglés de Acuerdo Trasatlántico de Comercio e Inversiones) y
disculpo que no los sepas, ya que salvo contados medios de comunicación
digitales, nadie le ha dedicado un minuto ni unas líneas, es un acuerdo bilateral
entre la Unión Europea y los Estados Unidos de América para afianzar el libre
comercio entre ambas zonas económicas.
La idea, que no tiene por qué ser perniciosa, como continuación a los
multitudes de acuerdos comerciales entre ambas regiones desarrollados en los
últimos tiempos, encierra, según los expertos, una cantidad de trampas para los
estados firmantes, y por ende, para sus ciudadanos, que van a ver mutilada su
soberanía y su capacidad de decisión como pseudo soberanos de sus respectivos
países.
La opacidad es brutal. Su
negociación se ha realizado en Bruselas en varias sesiones multilaterales secretas
de trabajo debido al escándalo que acarrearía que la opinión pública fuese
consciente de las servidumbres de la Unión Europea frente a los intereses
empresariales.
Se sospecha que el tratado pone los estados a merced de las
multinacionales con legislaciones más laxas y se subraya que las disputas entre
estados y empresas se resolverán en un “Tribunal Internacional de carácter
privado”, formado por tres jueces que estarán fuera de los ámbitos
jurisdiccionales nacionales.
Lo peor, es que todo son cábalas, porque ni siquiera se ha tratado en el
Pleno del Parlamento Europeo. Los Eurodiputados tienen acceso al texto exclusivamente
en
una “sala de lectura” a la que no pueden pasar
con ningún dispositivo que pueda fotografiar el documento o alguna de sus
partes y deben firmar un estricto compromiso de confidencialidad.
¿Es esta la forma de acercar la Unión Europea a los ciudadanos? ¿Con este
secretismo y esta opacidad? Francamente no, pero a nadie, allí en Bruselas
parece que le importe.
Y aquí en España, que tanto gusta hablar de territorios y de no perder ni
un ápice de soberanía, este tema no interesa… Nos gusta más hablar de
Venezuela.
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